¡Comprométete!
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La fe es un don de Dios, una gracia que nos da por pura
misericordia suya. Pero también es una respuesta a ese regalo. Así, haber
recibido el don de la fe no nos puede dejar indiferentes. El Amor de Dios ha
tocado nuestras vidas, hemos experimentado un encuentro con Cristo, ¿y ahora
qué?
Dar pasos en el camino de la vida cristiana es algo lógico:
siempre se puede seguir creciendo, y como dijo Ben Parker, “un gran poder
conlleva una gran responsabilidad”. O como dijo el apóstol Santiago, “¿De qué
sirve, hermanos míos, que alguien diga “Tengo fe”, si no tiene obras?” (St. 2,
14). Vemos claramente que el don recibido de la fe exige un compromiso. Para
empezar, el de procurar alimentar esa fe con la oración: comprometerse con Dios
en vivir una amistad con Él cada vez mayor, en medio de las dificultades y
miserias, contando con su gracia. Tal vez incluso pueda ayudar apuntarse a un
turno de adoración perpetua, o, si no es posible, al menos tener
un momento fijo con Dios todos los días.
También edifica mucho comprometerse con un grupo de fe, de
oración, de formación, una comunidad de referencia en la que avanzar con la
ayuda de otros (parroquia, movimiento, amigos, compañeros de la universidad,
etc.). Cuando estemos llenos de Dios, seguramente Él nos pida que ese tesoro
que hemos descubierto lo compartamos con los demás, y empecemos a
comprometernos en algún grupo de apostolado, de evangelización, ayudando en
catequesis, etc. “Poned al servicio de los demás el carisma que cada uno ha
recibido” (1 Pe. 4, 10).
Esto va implicándonos toda nuestra vida, las 24 horas del
día. Por supuesto que no se trata de ser cristiano sólo cuando estoy en la
iglesia, se trata de atarse a Dios viviendo una vida cristiana al cien por
cien. Tampoco consiste en hacer muchas cosas por Dios, pues corremos el riesgo
del activismo, sino en dejarse hacer por el Señor, y preguntarse ante Él: ¿qué
puedo hacer por Cristo?
Esta pregunta conlleva estar dispuestos a dar un salto de fe
ante lo que Dios nos pida. Seamos sinceros con nosotros mismos, y agradecidos
al Señor con generosidad, y pensemos en aquello que dijo Jesús: “al que mucho
se le dio, mucho se le reclamará” (Lc. 12, 48). ¡Ánimo, Cristo cuenta contigo!
Hno. Miguel Jiménez, EdMP
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