Ahora es
tiempo de salvación
Hoy tienes la gran oportunidad de encontrarte con Cristo, no
lo dejes para más tarde. Todavía estás a tiempo de ver cómo el Señor sana tus
heridas y te salva de tus pecados. Dios tiene el poder para hacer con tus
ofensas lo que hizo con los egipcios en el mar Rojo: “Canto al Señor,
esplendorosa es su gloria, caballo y jinete arrojó en el mar” (Ex. 15, 1). ¿Por
qué seguir retrasando, dejando para más tarde, el gran regalo que Cristo nos ha
conseguido con su Redención por su Pasión, Muerte y Resurrección?
Muchas veces, cuando pensamos en el Sacramento de la
Confesión caemos en el error de verlo como algo lejano, o bien porque no nos
vemos necesitados de ese don, o bien pensamos que no nos hace falta, pues nos
consideramos tan buenos que no tenemos pecados que confesar. Conviene ante esta
situación hacer un sincero examen de conciencia, más allá de “no he matado ni
he robado”. Puede servir de ayuda leer Mt. 5-7 en el que Jesús da un discurso
de cómo tiene que ser nuestra vida, o también la carta de San Pablo sobre el
Amor (1 Cor. 13) en la que podemos examinar nuestra Caridad comparándola con la
que es Dios.
Y si, después de reflexionar estas cosas, te das cuenta de
que no eres tan perfecto en tu amor a Dios y a los demás como creías, no tengas
miedo, confía en el poder de la Misericordia del Señor. Piensa en la alegría
que siente Dios cuando un pecador se convierte: “Alegraos conmigo, porque he
encontrado la oveja que se me había perdido” (Lc. 15, 6).
Tal vez te sientas demasiado pecador para poder recibir el
perdón de Dios y pienses cosas como: “si no sé ni por dónde empezar”, “no
terminaré nunca”, “el cura se va a asustar”, “me va a regañar como le cuente
tal cosa que he hecho”, etc. Ante eso, Jesús dice: “No he venido a llamar a los
justos sino a los pecadores” (Mt. 9, 13) cuando le recriminan que comía con
pecadores. Por tanto, no temas al rechazo, pues cada día que te confiesas es
día de celebración: “convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este
hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido
hallado” (Lc. 15, 32). No es algo que tengas que imaginar, es real.
Jesús insiste en que “hay alegría entre los ángeles de Dios
por un solo pecador que se convierte” (Lc. 15, 10). Por tanto, puedes pensar
perfectamente en tu santo favorito, o en algún ser querido fallecido,
celebrando la victoria de Cristo sobre tu pecado. Y es que es Dios quien te
perdona los pecados, aunque se sirva de un sacerdote para ello. De hecho, en el
momento de la Confesión es Dios mismo quien está escuchando tus pecados y quien
te está dando el gran regalo del perdón de tus ofensas para que estés en paz
con Dios y con los demás.
Así que lucha contra la tentación de “mejor en otro momento”.
Ya lo dice el refrán, “más vale pájaro en mano que ciento volando”. No le hagas
esperar al Señor, que está deseoso de darte un abrazo de perdón y misericordia:
“su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le
echó al cuello y le cubrió de besos” (Lc. 15, 20). Y ya no le des más vueltas,
pues, como dice el papa Francisco, “cuando Dios perdona, olvida. ¡Es grande el
perdón de Dios!”.
Hno. Miguel Jiménez, EdMP
No hay comentarios:
Publicar un comentario