Ser católico los lunes
Tras una bonita experiencia de
Dios: una Hora Santa, una Misa, una peregrinación, un retiro, etc., llega el
tiempo ordinario. Es el momento de ser “la sal de la tierra” (Mt 5, 13). Pero
como continúa Jesús en el evangelio, “si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se
salará?”
Es decir, en muchos momentos
de la vida cristiana Dios nos hace salaos. Para que demos sabor de Dios en
nuestros ambientes, no para que nos disolvamos con el mundo. Ese encuentro que
hemos tenido con Dios, ¿se caduca en seguida como el yogur fuera de la nevera?
Tenemos que conservarlo bien, y hacer que no se vaya apagando la llama que el
Espíritu Santo prendió en nosotros hasta el próximo fogonazo espiritual.
Así, después de la Misa del
domingo, llega el lunes, día de la semana triste para el mundo. Pero Cristo nos
dijo que nos alegraremos “con una alegría que nadie os podrá quitar” (Jn 16,
22). ¿Y cuál es el secreto, la fórmula mágica para que no se vaya esa alegría?
Lo dice Jesús en el mismo discurso a sus discípulos: “pedid y recibiréis, para
que vuestro gozo sea colmado” (Jn 16, 24).
He aquí la clave: la oración. Para
poder mantener encendida la chispa que Dios encendió en nuestro corazón,
necesitamos mantener con constancia nuestra relación con Cristo. Él mismo lo
dijo: “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Así lo afirma San Pablo: “Estad
siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que
Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Ts 5, 16-18). ¿Y cómo no dar
gracias a Dios con alegría cuando Cristo mismo nos ha alimentado con su propio
Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, siendo alimento de vida eterna?
También tras un encuentro con
Cristo Eucaristía en una Hora Santa en la que hemos sentido el consuelo de
Dios, o, aunque no hubiéramos “sentido” nada, Cristo ha actuado en nosotros aún
sin notarlo, “el grano brota y crece sin que el hombre sepa cómo” (Mc 4, 27).
Así, pues, de este sencillo
modo, aprovechando cada día un rato de oración, evitaremos ir simplemente de
Domingo en Domingo, o de Hora Santa en Hora Santa. Como anima a hacer San
Francisco de Sales: “háblale y óigale. Gócese con Él y haga lo que Él le
indique. Y dele cuanto le pida. Apriétele para que le perdone y le santifique”.
Y como dice San Pablo en otra
ocasión: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que
vuestra mesura sea conocida por todos los hombres (…) Y la paz de Dios, que
supera toda inteligencia custodiará vuestros corazones y vuestras mentes en
Cristo Jesús” (Flp 4, 4-5.7). Tengamos ese ánimo y confianza puestos en el
Señor, quien nos hizo la promesa: “sabed que yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
Hno. Miguel Jiménez, EdMP
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