26 de octubre de 2025

Ser católico los lunes

 

Ser católico los lunes

 



Tras una bonita experiencia de Dios: una Hora Santa, una Misa, una peregrinación, un retiro, etc., llega el tiempo ordinario. Es el momento de ser “la sal de la tierra” (Mt 5, 13). Pero como continúa Jesús en el evangelio, “si la sal se vuelve sosa, ¿con qué se salará?”

Es decir, en muchos momentos de la vida cristiana Dios nos hace salaos. Para que demos sabor de Dios en nuestros ambientes, no para que nos disolvamos con el mundo. Ese encuentro que hemos tenido con Dios, ¿se caduca en seguida como el yogur fuera de la nevera? Tenemos que conservarlo bien, y hacer que no se vaya apagando la llama que el Espíritu Santo prendió en nosotros hasta el próximo fogonazo espiritual.

Así, después de la Misa del domingo, llega el lunes, día de la semana triste para el mundo. Pero Cristo nos dijo que nos alegraremos “con una alegría que nadie os podrá quitar” (Jn 16, 22). ¿Y cuál es el secreto, la fórmula mágica para que no se vaya esa alegría? Lo dice Jesús en el mismo discurso a sus discípulos: “pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado” (Jn 16, 24).

He aquí la clave: la oración. Para poder mantener encendida la chispa que Dios encendió en nuestro corazón, necesitamos mantener con constancia nuestra relación con Cristo. Él mismo lo dijo: “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). Así lo afirma San Pablo: “Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Ts 5, 16-18). ¿Y cómo no dar gracias a Dios con alegría cuando Cristo mismo nos ha alimentado con su propio Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, siendo alimento de vida eterna?

También tras un encuentro con Cristo Eucaristía en una Hora Santa en la que hemos sentido el consuelo de Dios, o, aunque no hubiéramos “sentido” nada, Cristo ha actuado en nosotros aún sin notarlo, “el grano brota y crece sin que el hombre sepa cómo” (Mc 4, 27).

Así, pues, de este sencillo modo, aprovechando cada día un rato de oración, evitaremos ir simplemente de Domingo en Domingo, o de Hora Santa en Hora Santa. Como anima a hacer San Francisco de Sales: “háblale y óigale. Gócese con Él y haga lo que Él le indique. Y dele cuanto le pida. Apriétele para que le perdone y le santifique”.

Y como dice San Pablo en otra ocasión: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida por todos los hombres (…) Y la paz de Dios, que supera toda inteligencia custodiará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús” (Flp 4, 4-5.7). Tengamos ese ánimo y confianza puestos en el Señor, quien nos hizo la promesa: “sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

19 de octubre de 2025

Ahora es tiempo de salvación

 

Ahora es tiempo de salvación




Hoy tienes la gran oportunidad de encontrarte con Cristo, no lo dejes para más tarde. Todavía estás a tiempo de ver cómo el Señor sana tus heridas y te salva de tus pecados. Dios tiene el poder para hacer con tus ofensas lo que hizo con los egipcios en el mar Rojo: “Canto al Señor, esplendorosa es su gloria, caballo y jinete arrojó en el mar” (Ex. 15, 1). ¿Por qué seguir retrasando, dejando para más tarde, el gran regalo que Cristo nos ha conseguido con su Redención por su Pasión, Muerte y Resurrección?

Muchas veces, cuando pensamos en el Sacramento de la Confesión caemos en el error de verlo como algo lejano, o bien porque no nos vemos necesitados de ese don, o bien pensamos que no nos hace falta, pues nos consideramos tan buenos que no tenemos pecados que confesar. Conviene ante esta situación hacer un sincero examen de conciencia, más allá de “no he matado ni he robado”. Puede servir de ayuda leer Mt. 5-7 en el que Jesús da un discurso de cómo tiene que ser nuestra vida, o también la carta de San Pablo sobre el Amor (1 Cor. 13) en la que podemos examinar nuestra Caridad comparándola con la que es Dios.

Y si, después de reflexionar estas cosas, te das cuenta de que no eres tan perfecto en tu amor a Dios y a los demás como creías, no tengas miedo, confía en el poder de la Misericordia del Señor. Piensa en la alegría que siente Dios cuando un pecador se convierte: “Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido” (Lc. 15, 6).

Tal vez te sientas demasiado pecador para poder recibir el perdón de Dios y pienses cosas como: “si no sé ni por dónde empezar”, “no terminaré nunca”, “el cura se va a asustar”, “me va a regañar como le cuente tal cosa que he hecho”, etc. Ante eso, Jesús dice: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt. 9, 13) cuando le recriminan que comía con pecadores. Por tanto, no temas al rechazo, pues cada día que te confiesas es día de celebración: “convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado” (Lc. 15, 32). No es algo que tengas que imaginar, es real.

Jesús insiste en que “hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte” (Lc. 15, 10). Por tanto, puedes pensar perfectamente en tu santo favorito, o en algún ser querido fallecido, celebrando la victoria de Cristo sobre tu pecado. Y es que es Dios quien te perdona los pecados, aunque se sirva de un sacerdote para ello. De hecho, en el momento de la Confesión es Dios mismo quien está escuchando tus pecados y quien te está dando el gran regalo del perdón de tus ofensas para que estés en paz con Dios y con los demás.

Así que lucha contra la tentación de “mejor en otro momento”. Ya lo dice el refrán, “más vale pájaro en mano que ciento volando”. No le hagas esperar al Señor, que está deseoso de darte un abrazo de perdón y misericordia: “su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y le cubrió de besos” (Lc. 15, 20). Y ya no le des más vueltas, pues, como dice el papa Francisco, “cuando Dios perdona, olvida. ¡Es grande el perdón de Dios!”.


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

12 de octubre de 2025

¡Comprométete!

 

¡Comprométete!




La fe es un don de Dios, una gracia que nos da por pura misericordia suya. Pero también es una respuesta a ese regalo. Así, haber recibido el don de la fe no nos puede dejar indiferentes. El Amor de Dios ha tocado nuestras vidas, hemos experimentado un encuentro con Cristo, ¿y ahora qué?

Dar pasos en el camino de la vida cristiana es algo lógico: siempre se puede seguir creciendo, y como dijo Ben Parker, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. O como dijo el apóstol Santiago, “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga “Tengo fe”, si no tiene obras?” (St. 2, 14). Vemos claramente que el don recibido de la fe exige un compromiso. Para empezar, el de procurar alimentar esa fe con la oración: comprometerse con Dios en vivir una amistad con Él cada vez mayor, en medio de las dificultades y miserias, contando con su gracia. Tal vez incluso pueda ayudar apuntarse a un turno de adoración perpetua, o, si no es posible, al menos tener un momento fijo con Dios todos los días.

También edifica mucho comprometerse con un grupo de fe, de oración, de formación, una comunidad de referencia en la que avanzar con la ayuda de otros (parroquia, movimiento, amigos, compañeros de la universidad, etc.). Cuando estemos llenos de Dios, seguramente Él nos pida que ese tesoro que hemos descubierto lo compartamos con los demás, y empecemos a comprometernos en algún grupo de apostolado, de evangelización, ayudando en catequesis, etc. “Poned al servicio de los demás el carisma que cada uno ha recibido” (1 Pe. 4, 10).

Esto va implicándonos toda nuestra vida, las 24 horas del día. Por supuesto que no se trata de ser cristiano sólo cuando estoy en la iglesia, se trata de atarse a Dios viviendo una vida cristiana al cien por cien. Tampoco consiste en hacer muchas cosas por Dios, pues corremos el riesgo del activismo, sino en dejarse hacer por el Señor, y preguntarse ante Él: ¿qué puedo hacer por Cristo?

Esta pregunta conlleva estar dispuestos a dar un salto de fe ante lo que Dios nos pida. Seamos sinceros con nosotros mismos, y agradecidos al Señor con generosidad, y pensemos en aquello que dijo Jesús: “al que mucho se le dio, mucho se le reclamará” (Lc. 12, 48). ¡Ánimo, Cristo cuenta contigo!


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

5 de octubre de 2025

Fuera caretas

 

Fuera caretas



Con frecuencia, nos miramos a nosotros mismos pensando en cómo nos juzgará el mundo. Vivimos pendientes de cómo nos miran los demás, incluso en nuestras redes sociales revisamos el número de “me gusta” o de seguidores que hemos conseguido. Así, nos construimos un mundo en el que, guardando la apariencia que queremos que los demás vean, tenemos nuestro amor propio y nuestra vanidad bien conservados. De este modo, nos ponemos una máscara diferente de lo que guardamos en nuestro interior. Y con ella tratamos de conseguir el afecto y el aplauso de los demás. Compramos una marca, nos descargamos una aplicación, vemos una serie… todo ello para aparentar ser lo que la sociedad quiere que sea.

En este ambiente tan superficial en el que nos encontramos, tratamos de dar la talla, conseguir el mayor éxito posible, para así mantener la buena imagen que nos hemos forjado ante los demás. Y en este mundillo del “tanto tienes tanto vales” hay alguien que te quiere tal y como eres, con tus virtudes y tus defectos: “eres precioso ante mí, de gran precio, y yo te amo” (Is. 43, 4). Sí, sabe bien de las cosas que se te dan mal, de aquello que te cuesta, lo conoce perfectamente, y te ama. De hecho, te ha creado por amor y para amarte: “antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré” (Jr. 1, 5).

Eso por eso que ya va siendo hora de quitarse la máscara y presentarnos ante Dios tal y como somos, confiando totalmente en su Amor y Misericordia. Y experimentar la ternura de Dios Padre con nosotros, que no tiene en cuenta nuestras miserias, sino que más bien las abraza. Conscientes de esta grandeza, será un gran propósito vivir en la humildad y en la sencillez. Tal vez para ello pueda ayudar rezar las “letanías de la humildad” del Cardenal Merry del Val. Entonces seremos algo más transparentes, sin complejos, sin empeñarnos en dar una imagen de algo que no somos.

Como dijo San Ignacio de Loyola a San Francisco Javier en El divino impaciente de José María Pemán: “no hay virtud más eminente / que el hacer sencillamente / lo que tenemos que hacer”.


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

28 de septiembre de 2025

¿No ardía nuestro corazón?

 

¿No ardía nuestro corazón?



Hay momentos en tu vida espiritual en los que puedes sentirte más frío con Dios, con sequedad en la oración, no sientes nada. No te preocupes. En primer lugar, no hay que confundir la fe con los sentimientos, la fe es más que eso, es una respuesta al don de Dios y una elección. Por tanto, que tengas menos sentimientos con Dios no quiere decir que tengas menos fe. Por eso es bueno y conveniente rezar con constancia cada día a pesar de tener aburrimiento o apatía en la oración. Ánimo, ten paciencia.

Puede ocurrir que la causa de esa falta de entusiasmo espontáneo por Dios sea por haber olvidado lo que te llevó a querer a Dios: “Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero” (Ap. 2, 3-4). Piensa, por ejemplo, en aquel momento especial que viviste con el Señor. Puede venir bien repasar aquello que hayas anotado alguna vez en experiencias especiales que hayan marcado tu encuentro personal con Dios (peregrinaciones, convivencias, retiros, misas, etc.).

Además, recordar, traer a la mente y al corazón lo que el Señor ha hecho por ti a lo largo de tu vida. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal. 135). En este salmo se recuerda lo que el Señor hizo por su pueblo “porque es eterna su misericordia”; también puedes aplicarlo a tu propia vida. Y todo eso que el Señor ha hecho por ti los detalles que ha ido teniendo contigo, es una experiencia real. A pesar de que no la estés viviendo ahora sigue siendo real, igual que conoces el sabor del helado de limón, aunque no te estés tomando uno ahora. Cuentas con la fidelidad del Señor, que te ama siempre a pesar de que no siempre lo notes: “Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si somos infieles, ´´el permanece fiel pues no puede negarse a sí mismo” (2 Tm. 2, 11-13).

Para encender el alma, habiendo visto la misericordia y la fidelidad de Cristo, es imprescindible retomar de nuevo, una y otra vez, la oración personal con Dios. Pero no una oración de cumplimiento, con la que marques en la lista de propósitos que lo has logrado; sino un encuentro personal con quien sabemos que nos ama. Sin importar que estemos con más o menos ganas, “por vuestra parte, hermanos, no os canséis de hacer el bien” (2 Ts. 3, 13). También, para avivar el espíritu, qué mejor que una buena confesión profunda, de corazón, renovando con ella el deseo de santidad, y dejándonos transformar por la ternura de Dios.

Y como el fuego enciende otros fuegos, leer las vidas de los santos puede contagiarnos ese celo de Amor de Dios que tenían. Confiemos siempre en el Señor, que “Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios” (2 Co. 1, 4). Vivámoslo así no como un logro que conseguir, sino como una gracia que alcanzar. ¡Ven, Espíritu Santo, enciende en nosotros la llama de tu Amor!


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

18 de septiembre de 2025

Empezar de nuevo… ¡otra vez!

 Empezar de nuevo… ¡otra vez!



Ha llegado un nuevo curso con sus nuevas ilusiones y sus nuevos propósitos. Tal vez los mismos del curso anterior y que no hemos conseguido terminar de cumplir. Y otra vez un empeño que parece en vano si miramos el pasado con pesimismo. Ese que puede producirnos el no conseguir todo lo que uno se había propuesto. También pasa con la confesión, cuando nos damos cuenta de que nos confesamos otra vez de lo mismo y parece que no hemos escarmentado.

Sin embargo, probablemente no sea tan negativa la situación como pueda parecer. Seguramente, aún sin darnos cuenta, hemos ido cambiando interiormente, como la semilla del Evangelio (Mc. 4, 26-34), pues el Espíritu Santo va actuando en nosotros. Tal vez nuestra sensibilidad para con Dios ha ido creciendo, o la caridad y la humildad se han abierto paso en nuestro corazón. No olvidemos que todo es gracia y don de Dios.

Por eso hemos de mirar el nuevo curso, la vida, con esperanza, sabiendo que “los que confían en Dios no serán defraudados” (Rm. 10, 11). Hagamos una determinación firme por buscar siempre a Cristo, por querer agradarle. Pensemos en qué cosas concretas nos pide el Señor que mejoremos o que hagamos más a su estilo. Pero sin agobiarse. Cristo cuenta con nosotros y tiene un plan para cada uno. Con la ayuda de un director espiritual, pues el camino no lo podemos hacer solos, y con la gracia de Dios y el cuidado maternal de la Virgen… ¡se puede!


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

17 de agosto de 2025

“Los amó hasta el extremo”

“Los amó hasta el extremo”




 


“Habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el extremo” (Jn. 13). Que Dios te ama con un amor loco está muy claro. Y si no habías caído en la cuenta de ello, o a veces te encuentras frío y no sientes su ternura, te animo a pensar en esta gran verdad.

El amor del Señor es tan maravilloso que quiso bajar a la tierra para hacerse uno de nosotros. Pero no en unas circunstancias cómodas, sino pasando por pobreza, soledad e incomprensión. Y no le bastó una vida dedicada a sanar a los enfermos de todo tipo de dolencia, sino que quiso morir en la cruz por amor a ti para salvarte de tu miseria, y resucitar para que puedas vencer con Él.

Además, antes de eso, el Rey de Reyes quiso lavarte los pies amándote hasta el extremo. Y regalarte el mandamiento del amor. Y para que pudieras vivirlo, y mostrarte una vez más su gran misericordia, te ha querido alimentar con su propio Cuerpo en la Eucaristía. Así puedes comerte a Jesús, y recibir la fuerza del Espíritu Santo, para ser tú también santo. Y no solo eso, sino que le puedes adorar y contemplar en el Sagrario, en la Adoración Eucarística. Porque te ama y tiene sed de tu amor. Cristo es fiel, permanece junto a nosotros, no nos dejas solos. Él es que está dispuesto a quedarse solo en el Sagrario para esperarte.

Por eso me gustaría invitarte a que no dejes pasar un día sin ir a ver a Jesús en la Eucaristía. ¡Tantas capillas que hay en el mundo! Él te está esperando, porque te ama, no dudes en ir a verle siempre que tengas oportunidad. Incluso si hay una capilla de adoración perpetua en tu pueblo o ciudad, o cerca, no pierdas la oportunidad de apuntarte a un turno semanal. Cristo se ha complicado la vida quedándose en la Eucaristía por amor a ti. ¿Y tú cómo le vas a responder? 


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

12 de agosto de 2025

No seas un francotirador

 

No seas un francotirador





“No es bueno que el hombre esté solo” (Gn. 2, 18) dijo el Señor en la Creación. Así también, cuando quiso escoger a Moisés para que liberase al pueblo de la esclavitud, puso a su lado a Aarón (Ex. 4, 14). Y cuando llamó a los Apóstoles para seguirle, los llamó a formar un grupo (Lc. 6, 12). Incluso se sirvió de alguno de ellos para llamar a otro, como en el caso de Andrés cuando le dijo a su hermano Simón “Hemos encontrado al Mesías” (Jn. 1, 41). Y tú, ¿piensas vivir tu fe en solitario?

Cuando envió Jesús a los discípulos a predicar de dos en dos (Lc. 10, 1), dejó claro el estilo de cómo vive su fe y da verdadero testimonio un cristiano. Porque cuando estamos con otro hermano en la fe y practicamos la caridad, quien lo vea puede decir como decían de los primeros cristianos: “Mirad cómo se aman” (Hch. 1, 14); y se cumple el deseo de Jesús: “que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea” (Jn. 17, 21). Así también se combaten las tentaciones de la soberbia, de creerse autosuficiente, de aislarse de los demás, de tomarse a uno como referencia. Saber que necesitamos de otro nos hace humildes y sencillos.

De este modo, además de dar un testimonio auténtico, podremos ayudarnos a crecer. Viviendo la fe en comunidad, con algún grupo de referencia, evitaremos una espiritualidad de autoservicio en la que podemos caer si nos guiamos por las apetencias y el egoísmo. El bautismo no nos hace solo hijos de Dios, sino que también nos hace miembros de la Iglesia, el cuerpo de Cristo que vive en la historia. Dios ha creado una gran familia de hijos suyos, y ha dado unos talentos a cada uno para que, como dice San Pedro, “que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido como buenos administradores de la gracia de Dios” (1 Pe. 4, 10). Por tanto, somos responsables de compartir con nuestros hermanos en Cristo todo lo que nos ha regalado el Señor. Y eso es posible perteneciendo a una comunidad de fe (parroquia, movimiento, grupo de oración, etc.), y participando en ella poniendo en juego los dones que Dios nos ha dado, en comunión con la Iglesia y el Papa.

Así lo dijo el papa Benedicto XVI a los jóvenes en la JMJ de Madrid en 2011: “No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a tentación de ir por su cuenta o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él. Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo a otros” (21 de agosto de 2011).

Hagamos, entonces, como dice San Pablo: “¡Bendito sea el (…) Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!” (2 Cor. 1, 3-4). De este modo, que no nos suceda como a Caín, que cuando el Señor le preguntó: “¿dónde está tu hermano?”, respondió: “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Gn. 4, 9). Al contrario, conozcamos y amemos a aquellas personas y grupos que Dios nos ha puesto en nuestro camino de fe, para no salvarnos solos, lo cual es casi imposible, sino salvarnos con un buen grupo de hermanos.


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

26 de mayo de 2025

Señor, ¿qué quieres de mí?

 Señor, ¿qué quieres de mí?



El tema de la vocación es algo que suele que suele dar miedo (al compromiso para siempre, a qué querrá Dios para mí, a tener que renunciar, a no hacer lo que yo quiera…). También provoca incertidumbre y dudas, y muchas veces nos podemos plantar y cortar el tema pensando “esto de la vocación no es para mí, yo no tengo vocación”. Sin embargo, todos tenemos una vocación. En primer lugar, la de ser santos, y así Jesús lo dejó claro en el Evangelio: “Sed santos como vuestro Padre Celestial es santo” (Mt. 5, 48).

Y, en segundo lugar, cada uno de nosotros tiene una vocación particular a un modo de vivir mediante el cual Dios quiere hacernos santos y que ayudemos a los demás a dejarse hacer santos también. Ese camino de santidad ha sido pensado por el Señor desde la eternidad. Pero, claro, podemos preguntarnos: ¿y cuál es ese camino que Dios ha previsto para mí? Descubrirlo puede ser una gran aventura, supone ser valiente para lanzarse a lo que intuya que Dios puede querer para mí. No es fácil verlo, por eso es conveniente contar con la ayuda de un director espiritual que nos conozca, de unos amigos que nos acerquen a Dios y ayuden a buscar su voluntad.

La cuestión de la vocación puede hacer sentirnos débiles, que somos poca cosa para algo tan grande. Pero eso no nos debe dar miedo ni echar para atrás, pues contamos con la ayuda de Dios, y Dios cuenta con nuestra debilidad para hacer maravillas con nosotros si le dejamos: “El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas” (1 Ts. 5, 24). Ante todo, algo muy importante es rezar para crecer en amistad con Jesús, y esa relación cercana hará que queramos buscar su voluntad. Leyendo la Biblia, puede hablarnos Dios al corazón poco a poco, y ver nosotros qué aspectos del Evangelio me llaman más la atención, entrar en la profundidad del Amor de Dios, y dejarme amar por Él. Aquella frase que te marque más, apúntalo y saboréalo hasta empaparte de él. Posiblemente sea un aspecto de Dios que Él quiera que imites.

Piensa, por otro lado, en tus inquietudes, en lo que más te preocupa en tu entorno, en las necesidades que ves. Unido a eso, reflexiona sobre los talentos que Dios te ha dado y en cómo puedes ponerlos al servicio del Señor. Medita sobre la historia de tu vida, de cómo el Señor ha tenido gran misericordia contigo, y en cómo puedes transmitir esa misericordia a los demás.

Ten paciencia, Dios tiene sus pasos, te prepara poco a poco, pero tampoco te quedes paralizado esperando una gran señal del cielo. Déjate entusiasmar por el Señor y confía en Él. Sé generoso con Él, sabiendo que siempre devuelve el ciento por uno. “Fiado en ti, me meto en la refriega; fiado en mi Dios, asalto la muralla” (Salmo 18, 30).

Veamos así, con esa confianza entera en Dios qué deseos me está poniendo en el corazón. Pregúntate, por tanto, “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Salmo 115, 12); y dirijámonos a Él cada día diciéndole: “Señor, ¿qué quieres de mí?”.


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

12 de mayo de 2025

De pescador a Papa: el impactante testimonio de Simón Pedro


De pescador a Papa: el impactante testimonio de Simón Pedro



Simón era un pescador decepcionado por la falta de pesca tras pasar la noche entera. Jesús, que estaba predicando a una multitud que le seguía, le pidió entrar en su barca y adentrarse un poco, para así poder hablar mejor a la gente. Cuando terminó su discurso, Jesús haría algo que cambiaría la vida de Simón para siempre. Le pidió que echase las redes de nuevo. A pesar de la dureza y frustración de haber fracasado aquella noche en la pesca, lo hace. Y obtiene una pesca grandiosa. Y es llamado, por quien tuvo la genial ocurrencia, a seguirle con la oferta de una vida más plena: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Y ante su respuesta afirmativa a tan generosa propuesta, su vida comenzó a cambiar.

Tres años de amistad después, Pedro fue invitado junto al resto del grupo de los Doce, a una última cena en la que Jesús anunciaba la traición de sus amigos. A pesar de ello, Simón Pedro, muy bravo él, aseguraba “Aunque todos te dejen, yo no”. Eso suponía una enorme confianza en sí mismo frente a sentirse y saberse necesitado de la fuerza y el poder de Dios.

Por supuesto que, como había predicho Jesús, terminó negándole tres veces en aquella noche de sufrimiento y soledad. Es cuando experimenta lágrimas de amargura, duele el orgullo de no haber sido fuerte y valiente. Pero especialmente duele el haber traicionado, abandonado, negado a su amigo Jesús. Le duele no haber correspondido al amor de su mejor amigo.

Después de haber sido traicionado, muerto y resucitado y resucitado, Jesús se aparece a los apóstoles. También quiere darle a Pedro la oportunidad de mostrarle su amor: “¿Me quieres?” “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero”. Y entonces le confía una misión muy importante: ser el pastor de su pueblo “Apacienta mis ovejas”.

Tras aceptar esa misericordia de Dios, pasó de ser un pescador del lago de Galilea a ser el primer papa de la Historia de la Iglesia.

El reto consiste en fiarse de Dios, dejarse amar y perdonar por Él, y estar dispuesto a que te cambie la vida.

 

Fuente: Lc 5, 1-11. Mt 26, 30-36. 69-75. Jn 21.


Hno. Miguel Jiménez, EdMP