26 de mayo de 2025

Señor, ¿qué quieres de mí?

 Señor, ¿qué quieres de mí?



El tema de la vocación es algo que suele que suele dar miedo (al compromiso para siempre, a qué querrá Dios para mí, a tener que renunciar, a no hacer lo que yo quiera…). También provoca incertidumbre y dudas, y muchas veces nos podemos plantar y cortar el tema pensando “esto de la vocación no es para mí, yo no tengo vocación”. Sin embargo, todos tenemos una vocación. En primer lugar, la de ser santos, y así Jesús lo dejó claro en el Evangelio: “Sed santos como vuestro Padre Celestial es santo” (Mt. 5, 48).

Y, en segundo lugar, cada uno de nosotros tiene una vocación particular a un modo de vivir mediante el cual Dios quiere hacernos santos y que ayudemos a los demás a dejarse hacer santos también. Ese camino de santidad ha sido pensado por el Señor desde la eternidad. Pero, claro, podemos preguntarnos: ¿y cuál es ese camino que Dios ha previsto para mí? Descubrirlo puede ser una gran aventura, supone ser valiente para lanzarse a lo que intuya que Dios puede querer para mí. No es fácil verlo, por eso es conveniente contar con la ayuda de un director espiritual que nos conozca, de unos amigos que nos acerquen a Dios y ayuden a buscar su voluntad.

La cuestión de la vocación puede hacer sentirnos débiles, que somos poca cosa para algo tan grande. Pero eso no nos debe dar miedo ni echar para atrás, pues contamos con la ayuda de Dios, y Dios cuenta con nuestra debilidad para hacer maravillas con nosotros si le dejamos: “El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas” (1 Ts. 5, 24). Ante todo, algo muy importante es rezar para crecer en amistad con Jesús, y esa relación cercana hará que queramos buscar su voluntad. Leyendo la Biblia, puede hablarnos Dios al corazón poco a poco, y ver nosotros qué aspectos del Evangelio me llaman más la atención, entrar en la profundidad del Amor de Dios, y dejarme amar por Él. Aquella frase que te marque más, apúntalo y saboréalo hasta empaparte de él. Posiblemente sea un aspecto de Dios que Él quiera que imites.

Piensa, por otro lado, en tus inquietudes, en lo que más te preocupa en tu entorno, en las necesidades que ves. Unido a eso, reflexiona sobre los talentos que Dios te ha dado y en cómo puedes ponerlos al servicio del Señor. Medita sobre la historia de tu vida, de cómo el Señor ha tenido gran misericordia contigo, y en cómo puedes transmitir esa misericordia a los demás.

Ten paciencia, Dios tiene sus pasos, te prepara poco a poco, pero tampoco te quedes paralizado esperando una gran señal del cielo. Déjate entusiasmar por el Señor y confía en Él. Sé generoso con Él, sabiendo que siempre devuelve el ciento por uno. “Fiado en ti, me meto en la refriega; fiado en mi Dios, asalto la muralla” (Salmo 18, 30).

Veamos así, con esa confianza entera en Dios qué deseos me está poniendo en el corazón. Pregúntate, por tanto, “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” (Salmo 115, 12); y dirijámonos a Él cada día diciéndole: “Señor, ¿qué quieres de mí?”.


Hno. Miguel Jiménez, EdMP

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