Señor, ¿qué quieres de mí?
El tema de la vocación es algo que suele que suele dar miedo
(al compromiso para siempre, a qué querrá Dios para mí, a tener que renunciar,
a no hacer lo que yo quiera…). También provoca incertidumbre y dudas, y muchas
veces nos podemos plantar y cortar el tema pensando “esto de la vocación no es
para mí, yo no tengo vocación”. Sin embargo, todos tenemos una vocación. En
primer lugar, la de ser santos, y así Jesús lo dejó claro en el Evangelio: “Sed
santos como vuestro Padre Celestial es santo” (Mt. 5, 48).
Y, en segundo lugar, cada uno de nosotros tiene una vocación
particular a un modo de vivir mediante el cual Dios quiere hacernos santos y
que ayudemos a los demás a dejarse hacer santos también. Ese camino de santidad
ha sido pensado por el Señor desde la eternidad. Pero, claro, podemos
preguntarnos: ¿y cuál es ese camino que Dios ha previsto para mí? Descubrirlo
puede ser una gran aventura, supone ser valiente para lanzarse a lo que intuya
que Dios puede querer para mí. No es fácil verlo, por eso es conveniente contar
con la ayuda de un director espiritual que nos conozca, de unos amigos que
nos acerquen a Dios y ayuden a buscar su voluntad.
La cuestión de la vocación puede hacer sentirnos débiles, que
somos poca cosa para algo tan grande. Pero eso no nos debe dar miedo ni echar
para atrás, pues contamos con la ayuda de Dios, y Dios cuenta con nuestra
debilidad para hacer maravillas con nosotros si le dejamos: “El que os ha
llamado es fiel y cumplirá sus promesas” (1 Ts. 5, 24). Ante todo, algo muy
importante es rezar para crecer en amistad con Jesús, y esa relación cercana
hará que queramos buscar su voluntad. Leyendo la Biblia, puede hablarnos Dios
al corazón poco a poco, y ver nosotros qué aspectos del Evangelio me llaman más
la atención, entrar en la profundidad del Amor de Dios, y dejarme amar por Él.
Aquella frase que te marque más, apúntalo y saboréalo hasta empaparte de él.
Posiblemente sea un aspecto de Dios que Él quiera que imites.
Piensa, por otro lado, en tus inquietudes, en lo que más te
preocupa en tu entorno, en las necesidades que ves. Unido a eso, reflexiona
sobre los talentos que Dios te ha dado y en cómo puedes ponerlos al servicio
del Señor. Medita sobre la historia de tu vida, de cómo el Señor ha tenido gran
misericordia contigo, y en cómo puedes transmitir esa misericordia a los demás.
Ten paciencia, Dios tiene sus pasos, te prepara poco a poco,
pero tampoco te quedes paralizado esperando una gran señal del cielo. Déjate
entusiasmar por el Señor y confía en Él. Sé generoso con Él, sabiendo que
siempre devuelve el ciento por uno. “Fiado en ti, me meto en la refriega; fiado
en mi Dios, asalto la muralla” (Salmo 18, 30).
Veamos así, con esa confianza entera en Dios qué deseos me
está poniendo en el corazón. Pregúntate, por tanto, “¿Cómo pagaré al Señor todo
el bien que me ha hecho?” (Salmo 115, 12); y dirijámonos a Él cada día
diciéndole: “Señor, ¿qué quieres de mí?”.
Hno. Miguel Jiménez, EdMP
No hay comentarios:
Publicar un comentario