Déjate amar
por Dios
“Habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Con frecuencia,
decimos que Dios nos ama, que Dios ama a todos. Es una idea a la que estamos
acostumbrados, pero, ¿de verdad lo pensamos y así lo sentimos, o es algo que
damos por supuesto y no nos hemos parado a caer en la cuenta de lo que
significa?
Ciertamente, el Señor nos amó
hasta el extremo, pero no así en general simplemente, sino a cada uno personalmente.
Dios ha creado el mundo por amor a cada uno de nosotros, “porque es eterna su
Misericordia” (Sal 135). Toda la Historia de la Salvación fue realizada por el
Señor pensando en cada uno de nosotros, teniendo como culmen la entrega de
Cristo en la Cruz: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos” (Jn 13, 15). Y Jesús así se refiere a nosotros: “a vosotros os llamo
amigos” (Jn 15, 15).
Además, Dios nos miró desde la
Creación con buenos ojos: “y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31). Incluso
dijo Jesús: “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados” (Mt 10, 30).
Claramente, el Señor ha cuidado todo detalle con nosotros, también dándonos
cualidades, dones, talentos con los que podemos dar gloria a Dios.
Pero esta iniciativa que Dios ha
tenido de amarnos: “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os
ha elegido” (Jn 15, 16) requiere de nosotros que nos dejemos amar por Él. Es el
Señor mismo quien está deseando derramar todo su Amor sobre nosotros, pero necesita
que le abramos nuestro corazón: “mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno
oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”
(Ap 3, 20).
Simplemente se trata de dejar que
Dios irrumpa en nuestra vida, que entre hasta en aquellas partes del alma que
nos cuesta abrirle; permitir al Señor transformar nuestra vida, que Él nos
cure, nos perdone: “y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un
espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un
corazón de carne” (Ez 36, 26). Tengamos, pues, un alma dispuesta a recibir de
Dios todo lo que nos quiera dar. No tengamos miedo a acoger el Amor de Dios para
que se pueda derramar del todo con todas sus consecuencias.
Como dijo la joven Beata Chiara
Luce Badano: “No tengas miedo de abrir tu corazón, aún si está cansado o lleno
de dudas… Dios no te pide una vida perfecta, sino un corazón disponible. Un
corazón que se anime a amar, aunque duela”. Amar y dejarse amar por Dios. O
como dijo San Juan de Ávila: “ábrele tu corazón y le abrirás el tesoro con que
más se goza”. Y Dios hará su obra en ti.
Hno. Miguel Jiménez, EdMP
