2 de noviembre de 2025

Déjate amar por Dios

 

Déjate amar por Dios

 



“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Con frecuencia, decimos que Dios nos ama, que Dios ama a todos. Es una idea a la que estamos acostumbrados, pero, ¿de verdad lo pensamos y así lo sentimos, o es algo que damos por supuesto y no nos hemos parado a caer en la cuenta de lo que significa?

Ciertamente, el Señor nos amó hasta el extremo, pero no así en general simplemente, sino a cada uno personalmente. Dios ha creado el mundo por amor a cada uno de nosotros, “porque es eterna su Misericordia” (Sal 135). Toda la Historia de la Salvación fue realizada por el Señor pensando en cada uno de nosotros, teniendo como culmen la entrega de Cristo en la Cruz: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 13, 15). Y Jesús así se refiere a nosotros: “a vosotros os llamo amigos” (Jn 15, 15).

Además, Dios nos miró desde la Creación con buenos ojos: “y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31). Incluso dijo Jesús: “hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados” (Mt 10, 30). Claramente, el Señor ha cuidado todo detalle con nosotros, también dándonos cualidades, dones, talentos con los que podemos dar gloria a Dios.

Pero esta iniciativa que Dios ha tenido de amarnos: “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido” (Jn 15, 16) requiere de nosotros que nos dejemos amar por Él. Es el Señor mismo quien está deseando derramar todo su Amor sobre nosotros, pero necesita que le abramos nuestro corazón: “mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20).

Simplemente se trata de dejar que Dios irrumpa en nuestra vida, que entre hasta en aquellas partes del alma que nos cuesta abrirle; permitir al Señor transformar nuestra vida, que Él nos cure, nos perdone: “y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36, 26). Tengamos, pues, un alma dispuesta a recibir de Dios todo lo que nos quiera dar. No tengamos miedo a acoger el Amor de Dios para que se pueda derramar del todo con todas sus consecuencias.

Como dijo la joven Beata Chiara Luce Badano: “No tengas miedo de abrir tu corazón, aún si está cansado o lleno de dudas… Dios no te pide una vida perfecta, sino un corazón disponible. Un corazón que se anime a amar, aunque duela”. Amar y dejarse amar por Dios. O como dijo San Juan de Ávila: “ábrele tu corazón y le abrirás el tesoro con que más se goza”. Y Dios hará su obra en ti.


Hno. Miguel Jiménez, EdMP