Cuento de Navidad: el tacaño
Ocurrió que el emperador Augusto
ordenó que se censaran todos los habitantes del Imperio. Así que se movilizaron
a su ciudad de origen. También José, que tomó a María y se dirigieron a Belén,
porque él era de la estirpe de David. No era el único, y, cuando se acercaron a
la ciudad, se encontraron con que muchos se habían adelantado a ellos. María
sentía llegar el nacimiento de Jesús, y José buscaba con ansias algún lugar
donde pudiera nacer el Niño. Llamaba a las puertas de las casas, pero ya habían
sido ocupadas por otros que habían llegado antes.
Había a las afueras de la ciudad
un hombre muy tacaño y gruñón. Tenía ya, muy a regañadientes, una familia que
había llegado para el censo, pero porque les cobraba una buena suma de dinero
por la estancia en su casa. Llamó José a su puerta, pero aquel tacaño se asomó
para decirles que no tenía sitio y que no le molestasen. José le explicó que su
mujer estaba a punto de dar a luz, pero vio como le cerraba la puerta de un
golpe en sus narices.
Sin embargo, al entrar de nuevo
el hombre, oyó en su interior una voz que le decía: “Mira, estoy a la puerta y
llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa”. Él, que
tenía el corazón muy duro, se extrañó de sentir esas palabras. Subió a su
habitación, queriendo olvidarlo. Pero de nuevo oyó en su interior una voz que
le decía: “Date prisa, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”. No se
lo pensó más, y fue a la calle a buscar a José y María, y les dijo que pasasen
a su establo, que no era el mejor sitio, pero que quería que tuviesen algún
lugar donde poder dar a luz, por pobre que fuese. Fueron allí, y les dio un pesebre
donde poder recostar al Niño. Fue a buscarles un poco de agua que les diese
algo de fuerzas, y algo de pan.
Al llegar de nuevo, vio que el
Niño ya había nacido, quien, al verle, soltó un llanto, pero de alegría. En ese
lloro, notó el hombre que le decía: “Ningún solo de vaso de agua quedará sin
recompensa. Hoy ha sido la salvación a esta casa. Porque el hijo del hombre ha
venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Entonces comprendió que el
primer beneficiado con la llegada de esa familia era él mismo.
Aquella noche decidió cambiar de
vida, pues la mirada de ese Niño le había transformado el corazón. Y en su
interior le dio las gracias por haber llegado a su vida, pues realmente él
estaba perdido y había sido salvado. Entonces, una corte celestial entonó un
canto de gloria, pues hay gran alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta.
Hno. Miguel Jiménez, EdMP
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