Si alguien me dijese que no se
siente digno de recibir de Dios una vocación particular, que no se siente
preparado para responder al Señor con un sí generoso, que eso se le queda muy
grande… le respondería que no se preocupe, que Dios no mira el currículum.
Ya en tiempos del profeta
Jeremías, le pasó a él cuando el Señor le quiso pedir una misión, él le
respondió: “¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño”,
a lo que el Señor le contestó: “No digas que eres un niño, pues irás adonde yo
te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, que yo estoy contigo
para librarte” (Jr 1,6-8). Por eso no debemos mirar nuestra pequeñez, sino la
presencia de Dios con nosotros que nos ha de quitar todo temor.
Veamos, pues, que Dios no se
mueve por criterios mundanos y estratégicos para elegirnos, sino que se mueve
por el Amor y la Misericordia. Es el caso de la vocación
de Mateo, recaudador de impuestos, que Jesús justificó diciendo que no ha
venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Así, cuando Cristo escogió
definitivamente a Pedro y le confirmó en su elección, fue tras haberle mirado
con Misericordia mientras Pedro le negaba: “El Señor, volviéndose, le echó una
mirada a Pedro” (Lc 22,61). Es esa mirada de Misericordia la que, después de resucitar,
provocará ese diálogo en el que, tras preguntarle tres veces por su amor, le
confirma la vocación: “apacienta mis ovejas” (Jn 21,15-17). La elección de los
Doce fue por ese criterio misterioso de pura Misericordia: “llamó a los que
quiso” (Mc 3,13), que se puede entender tanto como “a los que Él quiso escoger”
como “a los que amó”.
También se puede ver en los
santos cómo Dios escoge sin fijarse en nuestras miserias. Es el caso ejemplar
de San Camilo de Lelis, que fue jugador, ludópata y borracho, y llegó a ser
sacerdote y fundó la Orden de los Camilos, dedicándose a cuidar enfermos y
marginados. Santa Bernardette de Soubirous, a quien se le apareció la Virgen en
Lourdes, dice en su testamento
espiritual, que recomiendo leer completo: “Por la ortografía que nunca he
sabido, por la memoria que nunca he tenido, por mi ignorancia y mi estupidez, gracias.
Gracias, porque si hubiera habido en la tierra una niña más estúpida que yo, la
habrías escogido a ella”.
Por lo tanto, si miramos con
verdad nuestra vida a la luz de Dios, agradecidos y conmovidos, nos podemos
sentir interpelados a responderle con un “más”. Esa respuesta no será más que
una acogida en nosotros del Amor de Dios y su misteriosa confianza en nosotros.
Más que entendido, ante todo debe ser aceptado tan entrañable designio de Amor.
Y si aún quieres una explicación a esa mirada de elección de Dios por ti, te
diré que “porque es eterna su Misericordia” (Salmo 135).
Hno. Miguel Jiménez, EdMP

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