Cuento de Navidad: el joven inquieto
Había una vez un joven que andaba
preocupado con los problemas que tenía encima. Felipe no conseguía dormir, pues
no encontraba sentido a las cosas que le pasaban: en su trabajo de becario no
estaba contento, en su casa discutía con sus padres, un amigo suyo había dejado
de hablarle por una tontería… Una de esas noches, revisando una caja de
recuerdos de su abuela, se encontró con la Biblia que le regaló por su Primera
Comunión. Por curiosidad, la abrió a ver qué se encontraba en ella. Hacía mucho
tiempo que no la leía. En una de sus páginas leyó: “Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré” (Mt 11, 28). “Que yo os
aliviaré” … se repitió a sí mismo. “Todos los que estáis cansados y agobiados”
…
Se encontraba especialmente
inquieto, así que decidió salir a dar un paseo. Iba pensando en aquellas
palabras que había leído. Veía las luces de Navidad, y se preguntaba qué podría
iluminar la oscuridad de su vida. Siguió caminando, y una fuerza interior le
hizo dirigirse por una calle por la que no solía pasar. Se encontró a lo lejos
con un edificio iluminado por dentro. En la pared colgaba una gran balconera
que decía “No temas. Hoy ha nacido tu Salvador”. Un gran Niño Jesús sonriente
ilustraba aquella lona roja.
Se sintió mirado por aquel tierno
niño, y se acercó para verlo de más cerca. Era una pequeña iglesia que no
conocía. Estaba abierta. No recordaba la última vez que había entrado en una,
pero recordó de nuevo la frase que había leído en la Biblia: “Venid a mí todos
los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré”. Así que se animó, y
dentro vio una luz que iluminaba el altar. Era una capilla pequeña, con algunas
personas rezando. En el silencio de la noche sintió en su corazón la sonriente
mirada de aquel Niño Jesús. Y de nuevo el letrero: “No temas. Ha nacido tu
Salvador”.
De repente, se sintió acogido por
aquel lugar que le transmitía una paz especial. Y, sin saber por qué, se puso
de rodillas en uno de los bancos de atrás. Allí, se dirigió a Dios, y le contó
todos sus problemas, uno por uno. Cuando terminó su retahíla, se quedó mirando
aquello que adoraban los demás que se encontraban en la iglesia. Sintió una
gran paz, hasta el punto de quedarse dormido. Soñó con la Virgen María cuando
el ángel se le apareció para decirle que iba a ser la Madre de Dios y le oyó
cómo Gabriel le decía a la Virgen: “No temas, María” “Nada hay imposible para
Dios”.
También soñó con José cuando un
ángel se le apareció para que acogiera a María y a Jesús que lo llevaba en su vientre,
y cómo le dijo “No temas”. Tuvieron que viajar y huir de un lado a otro, a
Belén… Allí vio cómo los ángeles les decían a los pastores “No temáis. Hoy en
la ciudad de Belén os ha nacido un Salvador”. La Virgen María y San José
huyeron a Egipto, pero siempre se decían uno a otro: “No temas, confía en Dios”.
Felipe se despertó con un gran
alivio en el corazón, se sentía inundado por la confianza en Dios. Entendió
aquellas palabras “No temas” que le decía Dios a su corazón, y las que leyó en
la Biblia de su Primera Comunión: “Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, que Yo os aliviaré”. Así que decidió confiar en Dios y ponerse en
sus manos. Volvería a adorar al Señor como había hecho de niño. Miró a la Virgen
que había en la capilla, y le pidió ayuda en ese propósito. En ese momento,
entró un sacerdote a rezar. Felipe lo vio y le pidió confesión. Comenzó una nueva
vida de mano de la confianza en el Señor, porque, como dijo el ángel a María, “Nada
hay imposible para Dios” (Lc 1,37).

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